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martes, 26 de abril de 2011

Fremont y Herman


4

Se vio frenado por Herman que agarró su mano mientras la mujer  se alejaba dejando escapar algunas miradas que se cruzaban con el volcán de ira que hacía erupción  dentro de Fremont.
   -¿Porqué me agarras? No quiero aguantar a gilipollas como esa, estoy cansado de que nos traten así.
   -Tranquilízate… No pasa nada… Deja que se vaya… Es mejor que no le hagamos caso…
   -¡No soy capaz de hacer caso omiso a estos insultos! ¿Piensas seguir así toda la vida aguantando esto? Yo no…- Fremont estaba gritando demasiado, los que pasaban a su alrededor se quedaban mirando con cara de extrañados, preguntándose qué le pasaba, pero era solamente una curiosidad. Realmente la gente no estaba dispuesta a perder el tiempo en alguien que no conocía, sería mejor dejarlos allí y pensar en lo que realmente importaba, ellos.
   No esperaron mucho para irse, hoy como muchos otros no era un buen día para ellos, ¿porqué? Mientras regresaban a casa se tropezaron con una amiga de Fremont.
   Agneta le dio dos besos su amigo y se presentó ante Herman, este que se había quedado paralizado, regresó en sí y le correspondió el beso. ¿Cómo es que Fremont nunca le había hablado de ella? “Era… no sé  cómo decirlo… Especial.
   La chica mediría unos 175 cm, a simple vista parecía normal pero de cerca tenía algo que te atrapaba. Sus cabellos eran castaños y unos rojos como los de las flores de Madagascar se enredaban en un bosque de lianas. El tono clorofila se palpaba en los preciosos ojos que te tragaban, te engullían como si te precipitases desde la copa de los más altos árboles a la profundidad de la selva. Al bajar la vista un destello color carmín de unos labios recién pintados te cegaba y te atraía con el mismo ímpetu con el que el rey de la selva salta sobre su presa. Su tez marcada sutilmente por el sol reunía los reunía a todos. Esta amazona se hacía real cuando nos percatábamos de un pequeño piersing colocado en la nariz, con las mismas puntas que comandaban las flechas lanzadas por Sena a lomos de su caballo. Vestía una camiseta blanca y holgada, con pantalones cortos. Llevaba colgando de su hombro derecho un bolso de cuero del que sobresalía un montón de dibujos hecho a carboncillo.  
   Fremont se alegraba mucho de verla- “Como para no hacerlo”- pensaba Herman. No hablaron durante mucho tiempo, pero quedaron en verse próximamente.

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